Carlos Bianchi en la tapa de La Garganta Poderosa

Su camino a la gloria, empezó en una barriada, vendiendo periódicos en los colectivos, de madrugada. Subía en una parada, bajaba en la otra y volvía a subir. No tenía claro a dónde quería ir. Hijo de Don Amor, heredó su oficio como repartidor y planificó su utopía: “Un puesto de diarios, que cerrara al mediodía”. Justo ahí, su vida cambió de rumbo, para volverlo campeón del mundo, allá arriba, subido al pedestal, con la Intercontinental… Pero cuando sólo quedaba fanfarronear, se quiso bajar. Frente al periodismo que agota, nunca más dio una nota y, ahora ante las villas, hace una excepción, “porque hacen algo bonito, con el corazón”. Y por otra cosa: “Me da placer salir en La Garganta Poderosa”. Más placer nos da a nosotros, tener a un hombre como otros, que entre las Copas y la guita, se escapó con Margarita, pateando el tablero de los reporteros inquietos, para abrazarse a sus nietos. Por eso, en la jungla del “sálvese quién pueda”, Bianchi es la esperanza que nos queda: contra la cultura del “todo pasa”, guardó el éxito en su casa. Y ahora disfruta las tardes “durmiendo la siesta”, tal como lo soñaba junto su viejo, Amor. Afuera, el reino del fútbol espera que suene el despertador. [Garganta Poderosa]. 

 
 

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